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Cuentos de la nube rosa


Texto del prólogo

Portada de Cuentos de la nube rosa.Se ve al atardecer.

¿Habéis visto, al atardecer, cuando el Sol como una gran moneda de oro parece meterse poco a poco en esta gran hucha de barro que es la Tierra, habéis visto, allá, en el Poniente, una nubecilla que empapándose de las últimas luces del día se torna rosada antes de consumirse como ceniza?

Sí. Sí que la habéis visto. Infinidad de veces.

Pues allí estuve yo: En aquella nube.

Quizás no lo queráis creer y, sin embargo, es cierto.

¿Que cómo pudo ser?... No sé: Veréis.

Vivía yo entonces en un bello pueblecito escondido entre altísimas montañas. Y era feliz allí: ¡Estaba tan tranquilo allí escribiendo!

Yo escribía... ¡Bah, cosas para mayores!

La verdad: nunca se me había ocurrido a mí escribir algún cuento.

Pero una tarde...

Había salido a dar un paseo por el campo.

Os digo que era una alegría pasear por aquel campo: Echar a andar por los caminos entre las tapias de piedra de los prados. Y llegar al pie de las montañas, donde crecían los robles. Y seguir adelante, pisando, perdida la senda, sobre el helecho verde. Y subir a otear desde las peñas. Y bordear los arroyos. Y escalar más arriba, hasta lo alto. Y allí mirar más cerca el lento caminar de las nubes por el cielo y...

Aquella tarde miraba yo la nubecilla rosada del Poniente y creía ver en ella la forma de un castillo.

Sí. Porque en las nubes, con un poco de imaginación, se ve lo que se quiere.

Y yo veía un castillo cuyas almenas se mojaban de sol y se hacían de oro. Y me decía que aquel castillo era como el de un cuento que había leído cuando niño.

Y pensaba: ¡Cuánto me gustaría ser capaz de escribir ahora un cuento!

Eso pensaba.

Y empecé a pensar en escribir un cuento... Y ya en todo el tiempo no hacía más que dar vueltas a esa idea en la cabeza.

Y sin embargo, nada se me ocurría. Y nada se me hubiese ocurrido tal vez nunca, porque yo... ¡Pobre hombre!

Hasta que llegué allí.

¡Iba tan distraído!: No sé cómo pude llegar...

De pronto, como despertando sobresaltado, me di cuenta de dónde estaba cuando me envolvió el rumor de una serie de seres fantásticos que me rodeaban.

Sí. A mi alrededor pude ver hadas y brujos; gigantes y enanos; princesas hermosísimas y dragones terribles; gnomos, guardianes de los veneros en las entrañas de la tierra, y silfos, sutilísimos espíritus del aire...

A mi alrededor, comentando extrañados mi presencia sobre la Nube Rosa, se hallaban todos aquellos seres maravillosos que los niños hacen vivir en su fantasía. Porque aquella nubecilla rosada que habéis visto flotando entre el polvillo de oro en que se deshace el día, es - lo supe entonces - la nube fantástica de los sueños infantiles. Se forma en la hora del hogar por la imaginación fabulosa de los niños.

Y yo había llegado allí y estaba allí encogido, asustado de haber ido tan lejos, cuando se acercó a mí el rey barbudo y grave de uno de aquellos cuentos que leía cuando muchacho. Y me dijo:

- Te sería más fácil arrancar una pluma de la cola del Pájaro Grifo que escribir un buen cuento. Sin embargo, ya que has llegado hasta la Nube Rosa, quédate entre nosotros algún tiempo y tal vez, con lo que aquí unos y otros tengamos a bien contarte, puedas tú más tarde contar algo.

Y allí me quedé, tal vez por un encanto.

Y allí, sobre aquella nube rosa, escuché a las hadas, los reyes y los enanos relatos que a mí mismo me hubieran parecido mentira si otros los hubieran referido.

Yo os voy a contar algo de lo que me contaron sobre la Nube Rosa: Mis vecinos saben que es cierto que estuve allí, porque cuando al cabo de varios días volví con ellos, vieron que traía una enorme pluma del Pájaro Grifo.

Y con la pluma del Pájaro Grifo he escrito estos que parecen cuentos.


Actualizada el 17 06 2007