Cuentos de morir
Texto de la primera página
Dudé mucho antes de decidirme a dar este título a la colección de cuentos que había escrito.
Lo de CUENTOS DE MORIR es algo que echa para atrás.
Hay cuentos de amor, cuentos de miedo, cuentos de risa (Hay también cuentos de morir de miedo y de morir de risa, pero son algo distinto), hay cuentos de ladrones y cuentos de hadas.
Y sin embargo, hay gente que nunca se enamora, y otros que (al menos eso dicen ellos) nunca tienen miedo, y otros que se las arreglan para que nunca les pase nada que tenga verdaderamente gracia, y otros a los que nunca se ha probado que robasen nada, y otros que (¡ No hay nada más que verlos!) nunca han tenido nada que ver con las hadas . . . Pero lo que nunca ha habido, ni hay, ni seguramente habrá es alguien que no se haya muerto o que no se tenga que morir: "De aquí a cien años, todos calvos", que aseguran en mi país, a menudo con un tono que suena como si tan amargo pronóstico, no obstante, sirviese para sentirse compensado de mil injustas diferencias.
Bien; pues los cuentos que yo he escrito -con vena muy distinta según los días o según lo que los personajes...
Texto del Prólogo
Dudé mucho antes de decidirme a dar este título a la colección de cuentos que había escrito. Lo de CUENTOS DE MORIR es algo que echa para atrás.
Hay cuentos de amor, cuentos de miedo, cuentos de risa (Hay también cuentos de morir de miedo y de morir de risa, pero son algo distinto), hay cuentos de ladrones y cuentos de hadas...
Y sin embargo, hay gente que nunca se enamora, y otros que (al menos eso dicen ellos) nunca tienen miedo, y otros que se las arreglan para que nunca les pase nada que tenga verdaderamente gracia, y otros a los que nunca se ha probado que robasen nada, y otros que (¡No hay nada más que verlos!) nunca han tenido nada que ver con las hadas . . . Pero lo que nunca ha habido, ni hay, ni seguramente habrá es alguien que no se haya muerto o que no se tenga que morir: "De aquí a cien años, todos calvos", que aseguran en mi país, a menudo con un tono que suena como si tan amargo pronóstico, no obstante, sirviese para sentirse compensado de mil injustas diferencias.
Bien; pues los cuentos que yo he escrito -con vena muy distinta según los días o según lo que los personajes me sugerían- son algo así como variaciones sobre un mismo tema.
Y el tema es eso inevitable, fatalmente común, abominable.
He pensado algunas gentes ("tipos humanos", sonaría más importante) llegando al final del trayecto porque ya era hora de que llegasen, y a otros teniendo que bajarse antes de lo que cabría esperar. A unos mirando hacia atrás más o menos desalentados; y a otros que estaban aún mirando hacia adelante, rebosando esperanza, cuando . . .
Algunas veces no se trata de que mueran, pero siempre se ve que ya no andan muy lejos de ello, o que, para lo que realmente importa en la vida, para las ilusiones, ya están muertos.
El hecho de que empiece por un cuento que tiene como protagonista a un papa (inventado de pies a cabeza, por cierto) no implica ningún especial sentido jerárquico. Igual hubiese podido empezar por el que tiene como protagonista una puta: Como en aquellas Danzas de la Muerte medievales, se trata de meterse en un círculo y en él no hay ni principio ni fin, ni puntos que destaquen sobre otros. Si he empezado por el papa ha sido porque había de empezar por alguno y él era tan bueno como otro cualquiera ...
Se dirá que qué tiene que ver aquí ese relato sobre el frailecito que sueña con la Virgen. Francamente, yo tampoco lo sé.
A menos que, al meterlo en la colección, haya tenido presente aquello que creo recordar decía el catecismo de que el pecado es la muerte del alma. En ese caso, en el cuento del frailecito habré visto otra manera de morir . . . Pero ni siquiera sé -teólogos enterados de Freud habían de decidirlo- si nuestro frailecito peca por lo que sueña; ni si en el fondo de algunos cultos y actitudes místicas se dan, como han querido ver algunos, fenómenos de represión sexual, de manera que tales cultos y actitudes supongan tendencias más o menos pecaminosas y asesinas del alma.
Los sueños tienen una buena parte en estos cuentos. Como la tienen de hecho a la hora de explicarse uno a sí mismo: Ellos, de manera a menudo absolutamente insospechada y falta de pudor, nos dan explicaciones de nosotros mismos que nunca nos habría dado la más profunda reflexión en la vigilia.
Finalmente, del cuento del papa y del padrecito y de algún otro, no faltará quién diga que están pasados de moda. Pienso en lo que escribía Henri Jeanson en LE CANARD ENCHAINE cuando murió Claudel: "Des jour-nalistes payés pour ca ne manqueront pas de nous diré en haussant les épaules: "Vous retardez! L'anticléricalisme est un sentiment périmé et "A bas la calotte!" un cris hors d'usage. Tout cela nous raméne au temps des fiacres, du petit pére Combes, des bottines a. boutons et du bock a. deux sous."
Bien, si debo excusarme, no se me ocurre más que decir que todos los cuentos que van aquí, menos uno, loa escribí hace ya muchos años en España y que mi país en muchos aspectos, sobre todo en lo que a actitudes mentales se refiere, estaba entonces (Y desgraciadamente sigue estando) en los tiempos "des fiacres, des bottines a. boutons" y aún más atrás.
No tiene nada de particular que, en pleno siglo XX, frente a aquellos flamígeros censores, surjamos algunos como yo, buenos para la hoguera.
¡Ah, si ellos verdaderamente dejasen de ser lo que son, para que nosotros realmente nos encontrásemos sin razón para ser como somos...!
¿Que hacia eso se va? ¿Que después del buen Papa Juan...?
¡Ya es tiempo, si, ya es tiempo de que realmente todos podamos permitirnos ser modernos.
Y -volviendo a lo del principio- uno de los más o menos ciertos lugares comunes que circulan sobre los españoles asegura, con acopio de ejemplos más frecuentemente sacados de las artes plásticas y del folklore que de la literatura, que nosotros tenemos una especie de obsesión de la muerte, que la dedicamos un culto especial, que no sabemos vivir sin ella . . . Según eso, antes o después, un español había de escribir CUENTOS DE MORIR. Waterville, (Maine) 28 de marzo de 1966