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Laicidad 2000


Portada de Laicidad 2000.

EL LAICISMO, HOY.
DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA A LA REACCIÓN AMERICANA

Reflexiones desde España

El laicismo

En "Laïcité en débat" habla Michel Morineau de dos sistemas de valores que se reparten el mundo, y dice que uno de esos sistemas ha salido de la Filosofía de las Luces y la Revolución Francesa, mientras que otro se encarna en la Iglesia católica, "no en referencia al Evangelio, potencial de valores humanos siempre saludado con respeto -aclara Morineau-, sino en su realidad de poder organizado y dispuesto a imponer por todos los medios, incluida la fuerza, su dominación ideológica y temporal sobre el espíritu y el comportamiento de los individuos. Actitud ésta -concluye- característica del clericalismo". Del clericalismo, en el Diccionario de la Real Academia, se dice que es «el nombre que suele darse a la influencia excesiva del clero en los asuntos políticos».

Ya en 1881, León Gambetta, presidente del Gobierno francés y laicista convencido, había exclamado: "Le cléricalisme, voilá l'ennemi!", mientras que mucho más recientemente, en enero de 1985, otro político galo, Lionel Jospin, Primer Secretario del Partido Socialista del país vecino, interviniendo en el coloquio "Laïcité, Espace de Liberté", tras haber dicho que el laicismo nace de un combate entre la Iglesia y el Estado, afirmaría que «es contra el clericalismo, contra su resultado extremo, la teocracia y por la negativa del Estado a aceptar cualquier sujeción a las Iglesias, contra lo que se ha de luchar en tal combate».

Nos faltaría perspectiva, sin embargo, si considerásemos el laicismo solamente a la luz de la que hoy podemos considerar como pugna ganada ya por el Estado en todos aquellos países en que la separación de poderes entre la Iglesia y él mismo ha sido reconocida en las respectivas cartas constitucionales, que son prácticamente todas las europeas. Debemos tratar de ver el laicismo, concepto que aparece relativamente tarde, en el pasado siglo, con una perspectiva mucho más amplia, dándose en potencia desde que en Europa se empieza a perfilar la Nueva Ciencia y se elaboran conceptos del individuo y del Estado muy distintos de los que habían prevalecido en la Edad Media.


INTRODUCCIÓN

El laicismo es una de esas ideas matrices en cuyo seno se gestaron los derechos fundamentales del ciudadano de hoy y surgieron a la vida las instituciones democráticas que regulan la convivencia pacífica de los pueblos que han conquistado la libertad. Se trata, pues, de un ideal fértil y antiguo sin el cual es difícil explicar el significado y alcance de aquellas conquistas históricas de la humanidad que permitieron transformar a los súbditos en ciudadanos y poner al hombre real, con sus necesidades y aspiraciones concretas, en el centro de las preocupaciones de los poderes públicos y de la colectividad.

Fue un difícil camino en el que se alternaron las cimas del éxito y los abismos del fracaso. Cimas como la Carta sobre la tolerancia de J. Locke, el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire, la declaración sobre los derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución Francesa, la declaración universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, etc. Abismos de integrismo como el "Syllabus", la locura nacionalista del "Mein Kampf", el racismo del sistema de apartheid, la teocracia de Jomeini o el colectivismo totalitario de Stalin. Pero el camino aún no ha terminado y la humanidad sigue bordeando alternativamente las cimas y los abismos.

Nuevos problemas se suscitan en el seno de una sociedad muy diferente a la que existía cuando el camino comenzó. Cuestiones fundamentales para que pueda hablarse de libertad y dignidad del hombre se han resuelto; se han conquistado derechos no sólo políticos sino también sociales, económicos y culturales y la democracia como sistema de vida y de gobierno aparece en el firmamento como esperanza de los oprimidos, cayendo por doquier hechas pedazos las estatuas ecuestres de las dictaduras.

Pero estos sueños felices de la humanidad recientemente se han visto poblados de nuevos y amenazadores espectros, precisamente cuando el hundimiento del totalitarismo colectivista hacía presagiar un tiempo de bonanza. La economía se ha internacionalizado, mas las relaciones de intercambio económico, generadoras de cooperación y de diálogo entre los pueblos, han revelado también la siniestra máscara oculta de la explotación de los países pobres y la deuda impagable que origina un sistema de intercambio desigual. A la deuda y a la pobreza se suma la explosión demográfica que rápidamente multiplica el número de marginados y les fuerza de habitar en metrópolis de diez, quince, veinte millones de habitantes donde la deshumanización y pérdida de raíces culturales se suma a un analfabetismo absoluto o funcional sobre el que se ceba la manipulación de los modernos medios de comunicación de masas, especialmente la T.V. La internacionalización del delito se ha producido de manera acelerada, no así la acción de la justicia que apenas se ejercita en el marco limitado de las viejas fronteras oficiales de los estados. El hombre ha acentuado su dominio sobre las fuerzas y productos de la naturaleza, pero la naturaleza ofrece síntomas de sentirse dañada y agotada, ya en esta fase en la que fundamentalmente ha predominado el derroche de los países ricos. Un grave interrogante se abre sobre sus posibilidades futuras para asegurar la subsistencia a un mundo cuya población crece de manera exponencial y experimenta al efecto-demostración de un consumismo que ahora se ve como deseable y posible por las nuevas tecnologías de la producción. Se han generado grandes concentraciones de poder multinacional de carácter financiero y empresarial que, en lo económico determinan las producciones y los mercados; en lo político, condicionan el crecimiento y reparto de la riqueza y, en lo cultural las multinacionales de los medios de comunicación conforman a su capricho la realidad y las noticias que la realidad produce, uniformizan modos de vida y constituyen el escaparate de una cultura superficial e intranscendente.

Esta internacionalización de la vida de los hombres acaece en un momento en que apenas son operativos los sistemas supraestatales de organización de la convivencia entre los diferentes pueblos y ello ocasiona un desfase peligroso que la humanidad aún se retrasa en resolver. Sobre una situación de este género se produce el hundimiento y descrédito de las utopías revolucionarias que como esperanza habían ocupado en su día el espacio dejado por los credos fundamentalistas, despojados de su hegemonía social y jurídica y que ahora retornan. Las piedras del muro de Berlín han caído, pulverizando con sus golpes la endeble arquitectura de sistemas falsamente igualitarios, pero al caer en muchos lugares han dejado al descubierto otros viejos muros aún en pie, tan siniestros como el ahora derribado: el odio racial entre los pueblos irreconciliables a causa de sus viejas tradiciones, el fundamentalismo islámico, como religión de un proletariado tercermundista cuya revolución dirigen e impulsan clérigos cegados por un fanatismo medieval; el restauracionismo romano que congela otra vez la vida de la Iglesia en la premodernidad y que intenta revitalizar la función de la institución eclesiástica como poder cuya influencia se oriente hacia la vida política y vuelve a plantear una intervención determinante en los Estados de mayoría católica. En estas circunstancias, la humanidad se encuentra ante graves problemas de convivencia y carente de instrumentos ideológicos adecuados para afrontarlos. Se acrecientan las perplejidades y los interrogantes. ¿Acaso existen en nuestra herencia cultural algunos principios orientadores de la convivencia civil y la promoción del desarrollo social e individual que hayan demostrado de algún modo su eficacia y legitimidad moral entre los hombres?

La experiencia histórica demuestra que en nuestra cultura existen principios organizadores de la convivencia que se fundan en la búsqueda del bien general de todos a partir del respeto a la libertad y bienestar de cada cual. En 1690 J. Locke en su Carta sobre la tolerancia decía: "otro mal más secreto, pero más peligroso para el Estado existe cuando los hombres se atribuyen a sí mismos y a los de su propia secta alguna prerrogativa peculiar, encubierta en palabras especiosas y engañosas, pero, en realidad, opuestas a los derechos civiles de la comunidad." Estas palabras mantienen una evidente actualidad desde que fueron dichas a finales del siglo XVII con ocasión de las guerras y persecuciones religiosas que entonces asolaron Europa. Da lo mismo que las prerrogativas que de modo abusivo un grupo de hombres reclame se funden en ideas religiosas, políticas, raciales o culturales y en su pretendida superioridad o carácter salvífico, porque este principio debe tener hoy la misma validez que ayer y que mañana: todos los hombres tienen los mismos derechos civiles políticos, económicos sociales y culturales, sin que las diferencias entre ellos, originadas por sus opiniones, religiones, clases sociales, razas o culturas determinen grado alguno de superioridad o inferioridad entre ellos, bien considerados como individuos o como grupos. "No es la diversidad de opiniones (que no puede evitarse) -decía J. Locke-, sino la negativa a tolerar a aquellos que son de opinión diferente (negativa innecesaria), la que ha producido todos los conflictos y guerras que ha habido en el mundo cristiano a causa de la religión." En este sentido hoy, podríamos afirmar que no es la diversidad y el derecho a la diferencia, reconocidos, en las sociedades democráticas y en las normas de carácter internacional lo que origina los conflictos religiosos, raciales o económicos del mundo moderno, sino el abuso de poder basado en la supuesta superioridad de un credo, un color de piel o un sistema económico, o el fanatismo de minorías dispuestas a imponer sus convicciones o intereses por la violencia, cuando no lo pueden hacer por los procedimientos de la democracia formal.

Por ello, resulta urgente plantear desde la mentalidad laica un debate, en todo caso clarificador, sobre el papel que a esta tradición del pensamiento corresponde jugar en la solución de los problemas actuales y venideros de la sociedad española y de la humanidad. Este libro no tiene otra pretensión que la de animar e impulsar tal debate, aportando algunos materiales que nos parece imprescindible tomar en consideración, simplemente porque corresponden a un reciente debate ya desarrollado sobre la cuestión en un país tan significativo por lo que se refiere al laicismo como es Francia.

Nos atreveríamos a decir que además, este debate es imprescindible en España porque necesitamos desterrar definitivamente uno de los últimos vetos dejados como herencia por el integrismo del régimen anterior y que el tiempo transcurrido desde la instauración de la democracia no ha conseguido ahuyentar definitivamente. Efectivamente, la sociedad española se ha secularizado, pero es preciso fundar más firmemente las actitudes democráticas para afrontar los nuevos fenómenos de alienación individual y colectiva, de fragmentación social y de dogmatismo e intolerancia que amenazan a un mundo en el que desaparecen las fronteras.

Tal es la preocupación que ha impulsado a la Liga Española de la Educación y la Cultura Popular a promover la publicación de este libro que fundamentalmente recoge el esfuerzo riguroso de investigación y debate sobre la pervivencia del laicismo realizado por la Liga Francesa de la Enseñanza y la Educación Permanente con ocasión de la celebración del Bicentenario de la Revolución de 1789. En la Liga Española de la Educación y la Cultura Popular somos conscientes de la gran indigencia en que estas ideas se encuentran en nuestro país. Precisamente la constatación de este hecho fue una de las razones más poderosas por la que algunos decidimos no hace mucho tiempo impulsar la constitución de esta organización en España, como plataforma independiente de personas interesadas en conseguir que la educación y la cultura sean efectivos instrumentos para el pleno desarrollo de los ciudadanos en el seno de una sociedad fundada en la tolerancia, la democracia y la solidaridad, fomentando una educación cívica que prepare a jóvenes y adultos para afrontar los retos de una sociedad moderna y participativa en todos los órdenes. Para ello consideramos imprescindible una educación pluralista y laica en el respeto a la libertad de conciencia de todos y un servicio público de enseñanza integrador y de calidad, capaz de proporcionar una educación más completa y de actuar como paradigma para el resto de los servicios públicos necesarios en la sociedad actual.

La Liga Española de la Educación y la Cultura Popular es pues una plataforma progresista de carácter abierto, dedicada no sólo al pensamiento sino también a la acción práctica y positiva en los campos de la educación, la cultura y el desarrollo social de jóvenes y adultos. No se trata de una organización partidaria, ni de un sindicato de intereses docentes, ni un grupo de nostálgicos laicistas, ni de un grupo de presión de profesionales. La Liga no es un sucedáneo de nada de eso, sino un colectivo de ciudadanos especialmente preocupados por los problemas educativos, culturales y sociales que pretende revitalizar una línea de pensamiento y acción progresista cuya cima representó la filosofía de la ILE (Institución Libre de Enseñanza), un día destruida y erradicada, y que las circunstancias existentes durante la transición y consolidación democrática no permitieron atender y cubrir satisfactoriamente.

En la Liga compartimos un pensamiento laico que propugna una sociedad no basada en dogmas y jerarquías irreversibles sino en la libertad, la tolerancia y la igualdad. Para nosotros el laicismo no es la religión de los no creyentes, ni un sucedáneo de la religiosidad, ni un movimiento antirreligioso; tampoco un anticlericalismo convencional o primitivo. Sencillamente como hombres libres rechazamos a todos aquellos cleros, sean religiosos, políticos, académicos, periodísticos o de cualquier otro género que se apoderan de un dogma o de un poder sobre las conciencias ajenas y lo administran de manera excluyente o burocrática, decidiendo de modo imperativo qué es aquello que, según sus principios e intereses de grupo, los demás deben creer o aceptar sin apelación ni crítica posible.

En la Liga nos agrupamos ciudadanos adversarios de toda discriminación y separación de los hombres por motivos ideológicos, confesionales, sociales, económicos, raciales, o culturales que atentan contra la necesaria igualdad que define y ha de definir cada vez más el naciente estado de desarrollo de la Humanidad. Ciudadanos dispuestos a hacer alguna cosa contra las viejas y nuevas alienaciones que padece el ser humano y que determinan su degradación como consecuencia de la sin razón sobre la conciencia individual o colectiva.

A las supersticiones y tabúes del hombre antiguo, las actuales condiciones del desarrollo social han añadido elementos de manipulación colectiva y de alienación que indudablemente atentan contra la dignidad humana y enajenan la libertad de los individuos en beneficio de intereses particularizados o de poderes fácticos que carecen de legitimidad democrática y sustituyen al interés común.

Desde el Renacimiento y la Ilustración se ha desarrollado un movimiento ininterrumpido, cuyo camino también es preciso desbrozar hoy. Primero fue la conquista del libre examen, de la libertad religiosa, de la libertad de conciencia y de todas las demás libertades que quedaron plasmadas en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Después fue la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Posteriormente hemos asistido, en pleno siglo XX, a la ampliación de los derechos del individuo a los ámbitos no sólo civiles, sino también económicos y sociales.

Pero hoy, como ayer, existe el peligro de que todos los principios de tolerancia, universalidad, racionalidad y dignidad humana y los derechos fundamentales sean agredidos, conculcados y abolidos. Hoy, como ayer, existe un permanente asalto a la razón y un irracional miedo a la libertad por parte de ciertos sectores de nuestra sociedad. Por eso, es preciso que asumamos nuestra parte de responsabilidad. Desde la Liga Española de la Educación y la Cultura Popular queremos contribuir modestamente a tan ingente tarea por los medios que nos proporcionan la educación y la cultura. Y lo queremos hacer de una manera independiente, aconfesional, desinteresada, desde nuestra cualidad/calidad de meros ciudadanos.

Porque queremos una convivencia basada en la tolerancia, somos contrarios a toda separación y a la organización de ghettos por cualquier razón que sea. Porque rechazamos la separación entre los hombres, somos contrarios a toda institución escolar cuyo fundamento y organización se base en la delimitación y la exclusión en función de las diferencias ideológicas, confesionales, étnicas, culturales o económicas. También somos contrarios a cualquier idea unificadora que se base en la hegemonía de un grupo -sea confesional, ideológico, étnico, etc.- sobre los demás. El poder político debe garantizar y promocionar el pluralismo en la sociedad y en sus instituciones sociales. El poder público debe promover y extender la escuela pluralista, que evita que dicho individuo permanezca en su grupo aislado y carezca de la comunicación necesaria sobre los valores de los demás y de ideas más universales sobre la vida.

Es el servicio público escolar el medio de afrontar colectivamente el pluralismo en la igualdad y la igualdad en el pluralismo. Pero no un servicio público escolar entendido como prolongación de poder del estado, sino como la articulación de éste y la sociedad civil, a través de los instrumentos de participación real de los interesados. Debe ser responsabilidad de los poderes públicos garantizar la continuidad, pluralismo interno, gratuidad e igualdad de derechos en el servicio público, dotado de los medios y calidad necesarios. Pero debe ser la sociedad civil quien lo gestione. De este modo se irá extinguiendo el viejo problema político, social, ideológico, educativo, que ha significado y aún significa la existencia del dualismo -que no pluralismo escolar- que fractura el sistema educativo español.

Queremos, en la medida de nuestras modestas fuerzas y teniendo en cuenta de manera realista el diferente momento histórico que nos toca vivir, recordar, actualizar, revitalizar y difundir en la medida en que sea útil para el hombre de hoy, la filosofía de la Institución Libre de Enseñanza, inspirada en principios como la educación integral, es decir, "la formación de hombres cabales, la persecución de valores éticos y el desarrollo de todas las capacidades, tanto físicas como intelectuales"; la educación neutral, pues, como decía Francisco Giner, el buen sentido reprueba la separación de los niños en escuelas por ideas políticas, confesionales y razas, y además porque sólo una educación neutral en su dimensión positiva preservará la libertad de investigación y enseñanza del profesor y el respeto a la libertad y los derechos del alumno, la educación activa, la coeducación, la comprensividad, la escuela inserta en su medio, etc.

La Liga también es una plataforma de pensamiento laico sin el cual no se entienden otras militancias progresistas. Entendemos que la laicidad es uno de los elementos esenciales de la lucha por la democracia, considerada como lucha por la liberación colectiva de los pueblos y la liberación de cada ciudadano de poderes y decisiones que alienan su conciencia y por tanto también su voluntad. No se trata de una cuestión del pasado sino de la vida social actual en la que existen organizaciones y grupos que justifican la imposición de sus dogmas e intereses a quienes no los comparten, a la manera de los grupos que en el siglo XVIII denunciaba J. Locke. El pensamiento laico, pues, contiene los elementos sustentadores para la organización de la sociedad democrática y pluralista ya que está en la base del principio de soberanía popular y de la libre elección de los individuos. Para preservarlos es preciso preservar también el pluralismo de ideas y de opciones frente a los intentos de imposición hegemónica de los principios de un grupo frente a los restantes, históricamente reflejado bien en los totalitarismos religiosos del estado confesional o en los totalitarismos políticos de los regímenes de partido único.

En ese marco político e institucional propio de la democracia, el laicismo es también la raíz de la concepción del servicio público de carácter abierto, no discriminador, neutral e integrador, propio de un Estado social y democrático de derecho, en el que los poderes públicos asumen sus deberes de asistencia y garantizan las prestaciones que necesitan los ciudadanos para asegurar su igualdad. Tanto los sectores neoliberales conservadores como los conservadores neoconfesionales declaran su antagonismo visceral frente a unos servicios públicos que repudian y quisieran privatizar en la medida que obstaculizan la realización de sus concepciones individualistas e insolidarias o impiden la primacía de sus intereses de grupo y de lucro material o ideológico frente al interés general. Por ello laicismo y democracia social se complementan en la consecución de una sociedad más libre y solidaria, donde no tengan cabida ni la sociedad a dos velocidades, en la que al dualismo social se manifiesta como estancamiento de los marginados y el bienestar insolidario de los instalados, ni la sociedad de los tres tercios, en la que los marginados quedan abandonados a su suerte, se privatizan servicios públicos y se reducen los gastos sociales. El laicismo que defendemos es contrario tanto al ghetto ideológico como al ghetto social.

Como libro que intenta, fundamentalmente, aportar materiales para el debate no es, ni hace falta que sea, un libro definitivo y acabado. Entonces seria un catecismo o una tesis cerrada; cosa bien poco laica. La primera parte de este libro es una reflexión planteada desde Francia y realizada entre 1986 (Congreso de Lille de la LFECP) y 1989 (Congreso de Toulouse) en que culmina, como parte de los actos organizados con motivo del Bicentenario de la Revolución Francesa, aprobándose la Resolución final "Un laicismo para el año 2000". En esta parte se puede valorar y aprovechar la experiencia de trabajo de una organización como la Liga Francesa, con más de 100 años de existencia, en el seno de una sociedad constitucionalmente definida como laica, sin sentirse por ello pecadora. Por los temas tratados en el texto de M. Morineau claramente se aprecia la dimensión histórica de estos ideales en Francia y la profundidad y extensión del campo que abordan. Ciencia, religión, nacionalidad, servicio público, empresa, medios de comunicación y no sólo la educación y la cultura son cuestiones a las que concierne el laicismo. Por tanto, resulta evidente que éste no es un libro sólo sobre educación, salvo en la medida que ciertas cuestiones fundamentales de política educativa sólo adquieren claridad y coherencia cuando sobre ellas se proyecta directamente el foco de las filosofías que sustentan las diferentes soluciones.

La reflexión desde España, fundamentalmente consiste en un interesantísimo ensayo, elaborado por Juan Pablo Ortega, escritor y Presidente de la Liga Madrileña, en el que aborda los problemas derivados del retraso español en acceder a este campo del pensamiento progresista, la incidencia negativa que a nivel mundial y europeo tiene la gran potencia americana como exportadora de las bases ideológicas y el modelo de sociedad propios del neoliberalismo social y el papel que cabe esperar debe corresponder a Europa, en la medida que es heredera de un patrimonio cultural en cuyo origen estuvo precisamente la aparición de la laicidad. Con este libro se inicia un debate que deseamos sirva para clarificar posturas y fundamentar actitudes desde el laicismo en la perspectiva del año 2000. Pero se inicia también una colección, "Estudios CIVES", promovida por la Liga Española de la Educación y la Cultura Popular que pretende suministrar al público español análisis y estudios rigurosos y profundos que desde unas claves de laicidad, y por tanto de tolerancia, racionalidad y libertad de pensamiento, nos permitan abordar, sin prejuicios ni anteojeras mentales, las cuestiones más relevantes y problemáticas del mundo actual que incidan sobre las facetas culturales, educativas y sociales e interesen para la formación/información de unos ciudadanos que deben protagonizar su propia vida personal y profesional y la vida social de la democracia.

Madrid, junio de 1990

VICTORINO MAYORAL CORTÉS
Secretario General
Liga Española de la Educación y la Cultura Popular

Actualizada el 17 06 2007